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Una mirada diferente sobre el TDA (H)

El llamado Trastorno por Déficit de Atención , con hiperactividad (o no), es un problema que alcanza a nuestr@s niñ@s y adolescentes cada vez con más frecuencia. En las aulas, por ejemplo, es fácil encontrarse con niños y adolescentes diagnosticados de hiperactividad y déficit de atención. El niño así diagnosticado presenta un cuadro de falta de atención, impulsividad e hiperactividad, entendida esta como dificultad para estar quieto, con movimientos ansiosos, sin sentido, constantes, habla en exceso, hace ruidos, no acaba las tareas . Sin embargo, para que todo este cuadro sea considerado un trastorno, es necesario que esta conducta se dé no sólo en el ámbito escolar, sino en otros 6 o 7 ámbitos más, como la familia del niño, por ejemplo. El cerebro de un niño está en desarrollo. En su formación hay un 90% de carga experiencial: es decir, de todo lo vivido. Cuando un niño presenta esta conducta hemos de mirar al niño:  su entorno, su familia, sus circunstancias. Y es que ha
Entradas recientes

Soltar: el largo camino de la gota hacia el agua.

Una pequeña parábola me sirve para ilustrar este artículo. Es la imagen de la gota de rocío que se va deslizando de la hoja. La gota siente el miedo de soltarse, pues no sabe a donde va al caer.. Si pudiéramos preguntarle, nos diría que teme desaparecer, perder su identidad, ya que el sentido de su identidad y de su vida ha sido,  hasta entonces,  sostenerse sobre la hoja Al igual que la gota muchas veces nosotros basamos nuestra identidad en el esfuerzo: esfuerzo en mantener situaciones complicadas que nos desgastan, en una lucha contra lo que, en ese momento, la vida nos pone por delante. En las sesiones de terapia, es frecuente escuchar historias de dolor : el dolor permanente de los hijos por que sus padres no han sido como necesitaban; el de los padres porque los hijos no son como desean; de las parejas porque uno no cumple la expectativa del otro, de los amigos que atraviesan relaciones difíciles. Las historias que vivimos con los demás y que forman gran pa

Cuando sanar es tan difícil

Cuando las personas acuden a terapia no siempre tienen clara su demanda. Lo que sí quieren es cambiar aquello que en su vida no está funcionando como desearían. Enfrentar un proceso de cambio no es rápido, y, muchas veces, los terapeutas nos encontramos con la resistencia del propio cliente. Esta resistencia se expresa de muchas maneras: la persona empieza a fallar a las sesiones, encuentra motivos para no asistir, aparecen prioridades nuevas... En realidad, esta resistencia expresa la lucha que se lleva a acabo en lo  más inconsciente del paciente entre su deseo y su miedo al cambio. Podría parecer paradójico temer aquello que nos sana. Sin embargo, muchas son las razones que nos pueden mantener inmóviles. Como dice el refrán "más vale malo conocido que bueno por conocer".  Estamos habituados a comportarnos de una forma determinada; la que hemos ido gestando a lo largo de los años de nuestra existencia y que, mejor o peor, nos ha hecho llegar al presente, al

Pon el amor donde haga falta.

Muchos de nosotros llegamos a la maternidad/paternidad llenos de buenas intenciones. Casi siempre, queremos ser o dar a nuestros hijos aquello que nos faltó, aquello que deseamos o bien, aquello que nos sirvió de   nuestros propios padres. Tenemos muy claro que amamos a nuestros hijos , y, sin embargo, he escuchado en boca de los padres que acuden a mis sesiones cómo se sienten absolutamente inválidos como padres cuando sus hijos tienen un fracaso. O bien cómo se angustian ante la posibilidad de que eso ocurra. Creen que abandonan a sus hijos si no están constantemente supervisando las obligaciones que éstos tienen. De manera que, casi automáticamente, van convirtiendo su preocupación en un control – a veces asfixiante- sobre sus hijos. Especialmente en el terreno de lo académico, he escuchado a muchos padres y madres afirmando que" tenemos un examen" o "tenemos que entregar un trabajo"o "tenemos que planificar los horarios del curso"  o

Paternidad responsable.

Si deseáis el bien de vuestros hijos, habéis de desear el vuestro. De hecho, si cambiáis, ellos también cambiarán. Pensando en su futuro, olvidadles por un tiempo y pensad en vosotros mismos…Sólo conociéndonos a nosotros mismos podemos ver a los demás G.I Gurdjieff Quizás esta es una de las consignas más difíciles de entender para nosotros, los padres, cuando se trata de educar y acompañar a nuestros hijos. Hemos aprendido a ser padres siendo primero hijos. Y aquello que vivimos en nuestro hogar y lo que recibimos, para bien y para mal, es lo que sabemos hacer. Como padres, nos estrenamos en el mismo momento en que nace nuestro hijo o nuestra hija. En ese momento se inicia una andadura que podemos vivir con mayor o menor responsabilidad, consciencia, deseo, temor, expectativas y a menudo, muchas dudas y confusiones. Nuestros hijos e hijas llegan al mundo sin un manual de instrucciones bajo el brazo. La complejidad del sistema en el que estamos inmersos hace de la cri

La función de los padres en la adolescencia.

Coincidiendo con los cambios en el cuerpo, llega la pubertad. No es un cambio decidido, es el cuerpo quien llama a la puerta. Esa misma puerta que se cierra para siempre a lo infantil. A partir de ese momento, se emprende el camino hacia el adulto: un individuo capaz de manejar la realidad, el mundo externo. Ese camino es la adolescencia; una etapa, o una serie de etapas, marcadas por lo paradójico: el miedo a volar y la necesidad de emprender el vuelo. El proceso de crecer no es sencillo: en la infancia, nuestros padres lo son todo. Son aquellas figuras idealizadas que, de pronto, se empiezan a resquebrajar cuando entramos en la pubertad. Al mismo tiempo, todavía dependemos de ellos: estamos adquiriendo nuestro bagaje como adultos, llenando nuestro maletín de las herramientas necesarias para aprender a pensar, a resolver conflictos, a desenvolvernos por nosotros mismos en el mundo. A sostenernos solos, emocionalmente Una tarea enorme, que provoca mucha confusión. Una co

Los adolescentes y sus emociones: material explosivo.

 Son las 8 de la mañana del mes de junio. Por el pasillo del instituto es difícil avanzar: Siempre, por estas épocas, significa un reto entrar en el aula; otro reto más conseguir un poco de silencio para que te escuchen. Todavía me sorprende tanta vitalidad, tanta fuerza. Las chicas se   abrazan y se besan como si hiciera tiempo que no se han visto, otras ya están contándose cientos de cosas, excitadas, riendo, dando gritos. Los chicos van   corriendo entre las mesas, o se agrupan en bandas algo más silenciosas, alrededor de los móviles. Algunos, los de 14 o 15, ya están con las chicas... puedo ver cuál de ellas lidera el grupo, cómo lo hace. Les indico que hemos de entrar en el aula: algunos se muestran irritados en extremo; otros, se muestran totalmente apáticos. La chica que lideraba el grupito se gira hacia mi y me dice, con un tono de voz alto y un pelín insolente: “ ¿es que no ves que estamos hablando de nuestras cosas?”. Hace 25 años, esta respuesta me hubiera molestado s